¿Te acuerdas de esa vez en el parque acuático cuando éramos críos? Seguro que sí, todos hemos tenido una experiencia memorable ahí, ¿no?

Te cuento, era un día soleado, calor de verano y mi hija y yo decidimos lanzarnos al parque acuático para refrescarnos y pasar un rato divertido.

Estaba emocionadísima por subirse a todos los toboganes y yo como buen padre, estaba ahí para disfrutar con ella. Todo iba de maravilla, risas, chapoteos y esa sensación de estar viviendo el verano perfecto.

Pero... después de horas de diversión, noto que mi pequeña está inquieta, se retuerce y parece algo incómoda. Le pregunto si necesita ir al baño, pero nada, ella insiste en que no quiere perderse ni un segundo de diversión.

De repente, mientras estamos en la fila para un tobogán gigante, su carita cambia. Se pone pálida y antes de que pudiera decir "tobogán" ¡se hizo caca en las bragas! Sí, justo ahí, en medio de la fila.

Imagínate la escena, lágrimas en sus ojos paralizada por la vergüenza y yo con un nudo en el estómago, sin saber muy bien qué hacer en ese segundo.

Pero ¿sabes qué? Decidí que ese no era el momento para perder la cabeza. Me arrodillé a su lado, la miré a los ojos y le dije con la voz más suave del mundo que no pasaba nada, que estas cosas a veces pasan y que no era su culpa.

La llevé rápidamente a los vestuarios, la limpié con todo el cariño del mundo y por suerte teníamos un bañador de repuesto. Durante todo ese proceso, traté de hacerla reír contándole historias divertidas para que se olvidara de lo que había pasado.

Poco a poco, su carita volvió a iluminarse y antes de darnos cuenta, estaba lista para seguir disfrutando del día. Volvimos a las atracciones y como si nada hubiera pasado siguió riendo y disfrutando.

Ese día me recordó algo muy importante, los niños son más resilientes de lo que creemos y nosotros los padres tenemos la oportunidad de enseñarles cómo afrontar los pequeños y grandes desastres con calma y cariño.

Así es como terminamos el día, felices y con una lección valiosa sobre la importancia de la empatía y la paciencia.

Ahora, hablando en serio, no todos los días somos tan zen y comprensivos, ¿verdad? A veces, el estrés nos supera y acabamos explotando por cosas que realmente no importan.

¡Pero hay una solución!

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