Crianza positiva y crianza consciente. Cómo educar a los hijos.

Ignorar no es la solución

Acompañamiento y Boticario de Crianza Positiva

CORREO DIARIO

Dario Strava

9/2/20243 min leer

¡Te juro que la tarde de hoy fue digna de una película de acción de Hollywood! De esas que te tienen al borde del asiento, con el corazón en la boca y una mezcla de risas y lágrimas peleando por salir. ¿Sabes de lo que te hablo, verdad? Esas situaciones en las que el caos toma las riendas y tú en vez de ser el director, te conviertes en un espectador más sin control de nada.

Hoy la escena empezó bastante tranquila, demasiado para ser cierto diría yo. Estaba en mi salsa recogiendo la casa después del almuerzo y todo parecía normal... hasta que no lo fue. Porque si hay algo que he aprendido en esta vida es que cuando todo está demasiado en calma, es porque se está gestando un huracán.

Y efectivamente, ¡vaya si llegó! Estaba recogiendo los restos de la "batalla de juguetes", como suelo llamar a las tardes con mis pequeños terremotos, cuando de repente escucho un grito desgarrador. De esos que te congelan la sangre. Era Lucas, mi pequeño de cinco años, con un llanto que hacía que las Cataratas del Niágara parecieran un simple goteo.

Corro al salón y ¡madre mía! Me encuentro a Lucas con los ojos rojos y el rostro empapado, sosteniendo lo que quedaba de su robot favorito. Sí, ese que no soltaba ni para dormir. Pero la cosa no se quedó ahí, claro que no. A su lado, como si fuera un cómplice de una travesura recién descubierta, estaba Daniel, su hermano mayor, con esa carita de “fue sin querer, pero ya sé que me voy a meter en un lío”.

Resulta que a Daniel se le ocurrió que el robot necesitaba volar... ¡literalmente! Lo lanzó por los aires y pobre robot, no resistió el aterrizaje forzoso. Antes de que pudiera reaccionar, Lucas soltó un grito que me hizo saltar hasta el techo. ¡No te imaginas!

En un arranque de frustración y rabia, agarró su mochila, la que tiene llena de esos tesoros que solo un niño puede valorar tanto y la lanzó por la ventana. ¿Y dónde cayó? Pues en el charco más grande de barro que las lluvias recientes nos habían dejado en el jardín. ¡Plaf! Directo al lodo. En ese momento, todo quedó en silencio. Incluso Daniel, que siempre tiene algo que decir, se quedó callado como un mudo. Lucas me miró con esos ojitos llenos de lágrimas, pero había algo más ahí, algo que me dejó helado. No eran solo lágrimas de tristeza, había un dolor más profundo, uno que me atravesó como un puñal.

Después de que la tormenta pasó, me acerqué a él y le pregunté, con toda la suavidad que pude reunir: “Lucas, ¿por qué tiraste la mochila por la ventana?”. Y lo que me respondió me rompió el corazón: “Porque pensé que así te darías cuenta de que estaba aquí... me sentí como si no me vieras, como si no importara”.

¡Bam! Ahí lo tienes. ¿Te imaginas lo que es sentir que tu propio hijo piensa que no le prestas atención? Y es que, en el fondo, no puedo evitar pensar que esto nos pasa a todos, ¿verdad?

Esa sensación de que la vida va tan rápido que, a veces, los pequeños detalles, las pequeñas señales, se nos escapan.

Y aquí es donde me gustaría que pienses en algo: ¿Cuántas veces tus hijos han tratado de decirte algo y tú, por estar en mil cosas a la vez, no lo has notado?

¿Cuántas veces han sentido que no importan porque no les dedicaste un minuto de plena atención?

Si alguna vez te has sentido así, no te preocupes, no estás solo. En la píldora de mañana contaré algo que, si no lo estás haciendo estarás consiguiendo que tu hijo se sienta incomprendido y esto acabará condicionando su forma de ser.

No tendrá las herramientas que necesita para afrontar la vida y será un adulto débil que se hunde con facilidad.

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Descubre cómo transformar esos momentos de caos en oportunidades para conectar de verdad con tus hijos.

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