

Crianza positiva y consciente. Disciplina positiva. Cómo educar a los hijos.
Aprendizaje padres: Frase típica, ya se le quitará
Cómo educar a los hijos con crianza positiva y respetuosa
BOTICARIO
Dario Strava
9/8/20248 min leer
¿Cómo corregir comportamientos inapropiados en los niños?
Me acuerdo de una vez que estaba en la cola del supermercado con mi amigo Paco, y de repente su hijo, un crío de cuatro años, suelta un eructo que retumbó por todo el pasillo. Paco se rió incómodo, pero no hizo mucho más. "Ya se le quitará", me dijo con una sonrisa nerviosa. En ese momento, me quedé pensando en cuántas veces escuché esa frase. A ver, que yo también he sido culpable de decirlo alguna vez, pero ¿de verdad es así de sencillo?
El mito del "Ya se le quitará" Es un error muy común entre padres y madres decir que ciertas conductas son "cosas de niños" y que se pasarán solas. ¡Ojalá fuera tan fácil! Pero, en realidad, pensar así es simplemente una excusa para evitar enfrentarse al problema de raíz. Y no estoy diciendo que criar a un niño sea fácil, ni mucho menos. Pero al final, si no abordas esas conductas cuando son pequeños, ¡se convierten en hábitos que arrastran durante años! Imagínate a tu hijo de 15 años tirándose eructos en una cena importante. No hace falta que te diga lo embarazoso que puede ser.
La responsabilidad como padre: Lo que muchos padres no se dan cuenta es que parte de su trabajo es guiar y enseñar a sus hijos cómo comportarse. No se trata de prohibirles ser niños, ni de reprimirles su espontaneidad, sino de enseñarles que ciertas cosas no son socialmente aceptables. Vamos, lo que se dice "educación". Porque claro, cuando ves a tu niño pegando a otro en el parque y te dices "bueno, son cosas de niños, ya se le pasará", lo que estás haciendo es ignorar una oportunidad de oro para enseñarle empatía y autocontrol. Y estos son valores que van a necesitar toda la vida, ¿no crees?
¿Cómo abordar estas situaciones? Te cuento algo que me ha funcionado: ser claro, directo y coherente. No basta con decir "no hagas eso", porque los niños necesitan entender el porqué de las cosas. Es mucho más eficaz decir: "Mira, cuando te tiras un eructo delante de la gente, les hace sentir incómodos. Es mejor hacerlo en privado". O cuando le pillas con el dedo en la nariz, en lugar de gritarle, explícale que hay lugares para todo y que es más higiénico usar un pañuelo. Pero, ojo, la clave es ser constante. No vale regañarle un día y al siguiente reírte cuando lo hace.
Un toque personal: La historia de Laura y sus bocados. Tengo una amiga, Laura, que pasó una época complicada con su hija pequeña. La niña, cada vez que se enfadaba, mordía. ¡Era como un pequeño tiburón! Al principio, Laura pensó que "ya se le pasará", pero tras el tercer bocado en el colegio, decidió actuar. Le explicó a su hija cómo su comportamiento hacía daño a los demás y que había mejores formas de expresar su enfado. No fue fácil, pero poco a poco, con paciencia y mucho amor, la niña dejó de morder. Laura siempre dice que si no hubiera intervenido, las cosas habrían sido mucho peores.
En conclusión: Criar a un niño no es un paseo por el parque, pero es una responsabilidad que no podemos esquivar. Decir que "ya se le quitará" no es más que una forma de evitar la confrontación. Pero si realmente queremos que nuestros hijos crezcan siendo personas respetuosas y empáticas, tenemos que arremangarnos y guiarles en el camino. Recuerda, lo que siembras hoy, lo cosechas mañana.
Gracias por leer hasta aquí, y ya sabes, ¡no dejes para mañana lo que puedes corregir hoy!
Consejos Resumen
Crea un código de conducta familiar: Establece reglas claras en casa sobre comportamientos aceptables e inaceptables. Por ejemplo, explica que los eructos, insultos o morder no son apropiados, y define las consecuencias de romper esas reglas. Asegúrate de que todos los miembros de la familia estén de acuerdo y entiendan por qué estas reglas son importantes.
Reforzamiento positivo: Cuando veas que tu hijo evita un comportamiento inapropiado, como no pegar o no meterse el dedo en la nariz, felicítalo por ello. Usa frases como "¡Me encanta cómo te has comportado hoy en el parque!" Esto refuerza la idea de que el buen comportamiento tiene su recompensa y es más efectivo que solo castigar lo negativo.
Modela el comportamiento que esperas: Los niños aprenden observando. Si quieres que tu hijo sea educado, debes mostrarle cómo se hace. Evita, por ejemplo, usar un lenguaje grosero o comportarte de manera inapropiada delante de ellos. Si tú te esfuerzas por ser respetuoso y considerado, es más probable que ellos imiten esa conducta. ¿Te atreves a responder?
Historia "El Eco del Olvido"
En la pequeña ciudad de Brumaris, donde las nieblas se enredan entre los tejados y los secretos se ocultan en las esquinas de las calles empedradas, vivía una mujer llamada Clara. Era una madre joven, de sonrisa fácil y ojos que brillaban con la dulzura de quien ama profundamente a su hijo. Su pequeño, Leo, tenía apenas cinco años, una edad en la que la imaginación desborda y los límites entre lo real y lo fantástico se diluyen con facilidad.
Leo era un niño inquieto, siempre en busca de nuevas aventuras, con una energía que parecía inagotable. Para Clara, cada día era una nueva batalla entre dejarlo ser libre y enseñarle los principios básicos de convivencia. No era fácil. Leo, con su risa contagiosa y su espíritu libre, a menudo cruzaba líneas sin siquiera darse cuenta. Como aquel día en el parque, cuando empujó a otro niño solo porque quería ser el primero en bajar por el tobogán. Clara lo vio desde la distancia, sintió un nudo en el estómago, pero se dijo a sí misma que era solo un juego, que eran "cosas de niños".
Sin embargo, algo en el ambiente de Brumaris comenzó a cambiar. Un murmullo inquietante se arrastraba por las calles, apenas perceptible, como un eco del olvido. Nadie hablaba de ello, pero todos lo sentían. Era como si la ciudad estuviera reteniendo el aliento, esperando algo inevitable. Clara lo notaba en las noches, cuando las sombras parecían más densas y las paredes de su casa más frías.
Un día, mientras paseaba con Leo por la antigua plaza, se encontraron con una anciana que nadie había visto antes. Tenía los ojos cubiertos por un velo gris y sus manos temblorosas sostenían un bastón torcido. Sin embargo, había algo en su presencia que hacía que todo el mundo se apartara de su camino.
Leo, con la curiosidad que le caracterizaba, corrió hacia ella. Clara intentó detenerlo, pero antes de que pudiera alcanzarlo, el niño ya estaba frente a la mujer.
—Quédate aquí —ordenó la anciana, con una voz que resonó en la plaza como el crujido de la madera vieja.
Clara se detuvo, paralizada por un miedo que no lograba entender.
—Este niño tiene el don del olvido —dijo la mujer, mirando a Clara sin realmente mirarla—.
Los niños como él pueden ser bendición o maldición. Depende de cómo los guíes.
Clara sintió un escalofrío recorrer su columna. Intentó responder, pero su voz no salía.
La anciana se inclinó hacia Leo y le susurró algo al oído. El niño asintió, como si entendiera, y luego la anciana se alejó, perdiéndose entre las calles estrechas.
Aquella noche, Leo estuvo más tranquilo de lo habitual. No preguntó por cuentos antes de dormir, ni pidió una canción. Simplemente cerró los ojos y se quedó dormido, dejando a Clara con una sensación de inquietud. Fue entonces cuando los sueños comenzaron. Sueños donde Leo estaba solo en un mundo hecho de sombras, persiguiendo algo que no podía ver. Cada vez que estiraba la mano para alcanzarlo, se desvanecía, dejándolo más solo y más asustado. Clara, en sus propios sueños, intentaba correr hacia él, pero siempre llegaba tarde. Siempre.
Al despertar, Clara supo que algo había cambiado en su hijo. Leo ya no era el mismo niño alegre de antes. Su energía se había vuelto más oscura, más difícil de controlar. Comenzó a empujar a otros niños con más frecuencia, a ignorar las reglas y a reírse cuando veía a alguien llorar. Clara, desesperada, intentó corregirlo, pero cada vez que lo hacía, Leo la miraba con esos ojos vacíos y preguntaba:
—¿Por qué debería importarme?
La anciana había tenido razón. Leo había olvidado. Olvidado la empatía, olvidado el autocontrol, olvidado todo lo que Clara no había sabido enseñarle. Y con cada día que pasaba, ese olvido se arraigaba más profundo en su alma, convirtiéndolo en alguien que Clara apenas reconocía.
Desesperada, Clara decidió buscar a la anciana. Recorrió cada calle de Brumaris, preguntó a cada vecino, pero nadie parecía recordar haber visto a una mujer así. Parecía que la anciana también había sido un eco de aquel olvido, una advertencia que Clara había ignorado.
Finalmente, en una noche en que la niebla era tan densa que apenas se podía ver un palmo delante, Clara llegó al borde del bosque que rodeaba la ciudad. Allí, en la penumbra, la vio. La anciana estaba de pie, esperando.
—Has venido tarde —dijo la anciana sin volverse.
Clara cayó de rodillas, las lágrimas quemando su rostro.
—Por favor, dime cómo puedo recuperarlo —suplicó.
La anciana guardó silencio durante lo que pareció una eternidad. Luego, lentamente, se giró hacia Clara.
—El olvido es un don y una maldición. Solo puedes recuperar lo que has perdido si estás dispuesta a sacrificar lo más preciado para ti.
Clara no dudó.
—Haré lo que sea. La anciana la miró con esos ojos velados, como si pudiera ver a través de su alma. Luego, asintió.
—Entonces, debes ir al lugar donde comenzó todo. Al parque. Allí, en el centro, entierra el objeto que más amas. Solo entonces, el eco del olvido se desvanecerá.
Clara sabía lo que tenía que hacer. Regresó a su casa, tomó la cajita de música que había sido de su abuela, el objeto que había acompañado cada momento importante de su vida, y se dirigió al parque.
Con las manos temblorosas, cavó un pequeño agujero en el centro del parque, donde Leo había empujado al otro niño. Colocó la cajita dentro y la cubrió con tierra. Cuando terminó, sintió que algo se rompía en su interior. Pero también sintió una extraña paz.
Al regresar a casa, encontró a Leo dormido en su cama. Parecía tranquilo, su respiración suave. Clara se sentó a su lado, acariciando su cabello, y por primera vez en mucho tiempo, Leo sonrió en sueños.
A la mañana siguiente, Leo despertó siendo el niño que Clara recordaba: alegre, curioso y con una chispa de bondad en sus ojos. El eco del olvido se había desvanecido, y con él, el peso que había oprimido el corazón de Clara.
Desde entonces, Clara entendió que cada momento con su hijo era una oportunidad, una semilla que debía plantar con cuidado. Porque ahora sabía que lo que muchos padres no se dan cuenta es que parte de su trabajo es guiar y enseñar a sus hijos cómo comportarse, no para reprimir su espontaneidad, sino para darles las herramientas que necesitarán toda la vida.
Y mientras caminaban juntos por las calles de Brumaris, Clara se prometió a sí misma que nunca volvería a ignorar esa responsabilidad. Porque sabía que, en cada decisión, en cada pequeño acto, estaba construyendo el futuro de su hijo.
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